4 de febrero de 2021

El protegido


En el internado, cuando pasa, se abre un silencio y un espacio al tiempo que crecen los cuchicheos.
Yo, desde que llegué, no puedo evitar mirarlo; y es que no veo en él lo que me cuentan, no creo que sea un chivato y nos espíe o se sienta, como afirman, superior a cualquiera de nosotros. Más bien al contrario, pienso que está solo y tiene miedo, que llora por las noches y se siente sucio, que no juega porque no tiene con quien ni se acuerda cómo hacerlo.
Pienso que le ocurre lo que me pasó a mí porque, mirándolo, me encuentro.
Esta mañana me decidí a romper el muro que le aísla, le hablé mirándolo a los ojos y he acabado en este rincón del patio acunando sus lágrimas. No estaba equivocado y me alegro, me alegro mucho, de haber dado este paso adelante hasta tenerlo entre mis brazos mientras me cuenta cómo esconde los gritos y soporta las manos, cómo a todas horas se siente abusado, desnudo e indefenso.

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