Mientras su padre cerraba la tapa del contenedor,
siguiendo la costumbre que tenía desde niña, ella empezó a decir: “Bendice, Señor, estos alimentos que… “; pero
se calló en cuanto vio como él negaba una vez más con la cabeza. No tenían donde ir, era de noche, llovía y
hacía dos días que no comían. Perdidos y sin fuerzas, dejaron que sus espaldas
resbalasen por la pared del edificio y se acuclillaron en un rincón. Poco
después aparecieron las ratas y… hasta ahora.
Uf, uf, uf, me has dejado sin palabras...
ResponderEliminarUn beso
Ay Luisa. Este fin de semana hemos tenido por primera vez una pareja durmiendo en el portal de enfrente. Es... buf.
ResponderEliminarBesos de ánimo, para ver si me animo.
Tenemos una sociedad... supongo que nos la hemos buscado, de una u otra manera: votando, consintiendo, mirando de lado, siendo miserables...
ResponderEliminarBuf
Luisa, crudo, pero crudo este microrrelato que parte de la ficción y que por desgracia puede ser una fotografía de una triste realidad que se impone.
ResponderEliminarBuen micro.
Besos.
Sí, sí que es duro, mucho.
ResponderEliminarEso de que entonces aparecieron las ratas, da escalofríos...
Besicos, amiga.
Sigo poniéndome al día en las visitas.(Te acabo de enlazar por ayer)
Un relato muy duro, pero se ve casi todos los días. Me ha encantado lo de las ratas.
ResponderEliminarBesos
Vamos a suponer que al final encuentran su alimento. En la posguerra, hay ejemplos de sobra, el tío Ratero de la novela de Delibes también lo hace. Vamos a suponer que -gracias a las ratas- sobreviven...
ResponderEliminarPero ni eso es de agradecer a ningún Señor, en mayúscula o minúscula.
En realidad no se sabe como es el "ahora", uno en que ellos han sobrevivido comiendo en ocasiones ratas o uno en que las ratas nos comen.
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