18 de diciembre de 2014

La función

            Tras hacer callar al odiado despertador, se quedó un par de minutos más remoloneando en la cama, como de costumbre. Le pareció sentir entonces como un silencio expectante pero, incapaz de saber a qué se debía, apartó las mantas y se incorporó. Oyó entonces un murmullo ahogado al tiempo que sentía el peso de muchas miradas, pero no quiso darle importancia, nunca lograba despertarse del todo hasta que tomaba una ducha.
            Ya en el baño se despojó del pijama y llegó hasta él, ahora sí, una dolorosa mezcla de carcajadas y aplausos. De un salto se metió en la bañera y corrió la cortina. Atónito, aovillado, esperó a que el silencio volviese a ganar terreno; sin embargo, superando el ruido que hacía el agua, llegaron hasta él algunas frases y bromas en relación con su apariencia física.
            Más tarde, no más tranquilo pero sí intentando no encorvarse o dar pistas sobre el miedo que sentía, tuvo la oportunidad de revisar cada uno de los rincones de su casa acompañado de un susurro que repetía sin cesar: “pero ¿se puede saber qué busca?”. Desayunó un café solo, como siempre, al tiempo que una voz opinaba sin pudor: “no parece ser la mejor forma de empezar un nuevo día”. Escogió un traje, escuchó un “buena elección” y acabó saliendo de casa el ritmo de unos gritos que parecían como de animadoras.
            Cuando varias horas después volvía a entrar por la puerta, agotado y perplejo, incomprensiblemente rodeado de palmas y vítores, fue al dormitorio directamente y se metió en la cama. Esperó que se hiciera el silencio y dijo en voz alta, con la mayor autoridad y tranquilidad de la que fue capaz, “ha sido un inesperado placer, pero les agradecería que mañana no volviesen”. 

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