Mientras
desayuno leo la lista de la compra que mi esposa ha dejado junto al frigorífico
y me sorprende descubrir, entre la fruta, la palabra “chocolate”, algo que hace
años que no comemos; pero, ¿qué me extraña?, ¿es que no pueden haber cambiado
sus gustos sin yo saberlo? E inmediatamente después, curiosamente, creo
recordar nuestra primera cita y así, con una sonrisa en la boca, salgo de casa
sin despedirme, como he hecho siempre.
Sin
embargo, cuando llego al trabajo, ya he hecho memoria y sé que el chocolate no
tiene relación con nada nuestro. Si lo pienso un poco, puedo recordar que no sé
por qué quedamos aquel día o por qué nos casamos pasados unos pocos meses;
incluso, soy capaz de afirmar que, desde Navidad, apenas nos hemos hablado o,
también, que no sabría decir de qué color tiene el pelo.
Entonces,
sólo entonces, la comprendo: yo también quiero chocolate, siempre pensé que así
es como saben los besos.
El chocolate puede ser un buen sucedáneo, aunque mejor aún sería poder consumir ambas cosas: la citada bebida a base de cacao y los susodichos besos.
ResponderEliminarBuen texto, gracias por compartirlo
Un saludo, Luisa.
Gracias a tí por leerlo y... comentarlo!!!
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