Los
niños salieron corriendo del colegio, histéricos, gritando. Mi pequeña se
arrojó a mis brazos.
-¿Me dejas ir, verdad? ¿Verdad que
podré? Di que sí, papá; di que sí.
-Pero, ¿de qué hablas, cielo?
-De ir a ver a los ángeles. La seño
ha dicho que habrá una excursión para ver las naves de los ángeles.
Ángeles, así habíamos llamado los
mayores a esos puntos brillantes en cuanto aparecieron en el cielo para
proteger a nuestros hijos, para poner fin a su miedo y a las lágrimas.
“Son ángeles, cariño, vuelan, tienes alas, no tienes
que preocuparte por ellos” y ahora las naves estaban allí y su persistente
silencio ni nos había dado la razón ni nos la había quitado.
Levanté la mirada. Vi a los profesores, a los otros
padres y madres y supe que todos iríamos a esa excursión y que la realidad, de
un modo que aún no sabíamos concretar, nos estaba acorralando.
(¿sabes
que estamos escribiendo una novela entre todos?, ¿quieres participar?; descubre cómo)
Si vienen en son de buena voluntad...
ResponderEliminarUn abrazo!
El título le da el toque de crueldad...De nuevo puedo mirar esta historia desde nuestra América, y recordar que a nosotros las naves nos trajeron la "civilización" y la "salvación eterna"...
ResponderEliminarMe encanta tu propuesta No escribo novelas pero disfruto el haberte conocido
ResponderEliminarNo has de escribir una novela, lo estamos haciendo juntos, si quieres. En cualquier caso, gracias
ResponderEliminar