Cuentan que, en aquel pequeño pueblo junto
al mar, había una prestigiosa fábrica de espejos y que su dueño estaba
locamente enamorado de la más bella mujer que aquellas calles habían visto
nunca. Él, intentando conquistarla, construyó fastuosas catedrales, coquetos
palacios y delicadas villas para después cubrirlas por fuera y por dentro de
esmeriladas superficies que la multiplicarían un millón de veces; sin embargo
ella, joven y coqueta, acostumbrada a que los espejos la quisiesen, huyó junto
a un joven pescador que la cantaba, que no había pescado nada nunca, pero que
la hacía reír. Roto por el dolor, el propietario de la fábrica empezó a hacer
añicos todo lo que había construido, no dejó de llorar y gritar hasta que la
muerte le impidió hacerlo.
Aquel pueblo se llamaba Venecia y, aún
hoy, cualquier persona que recorra sus calles estrechas verá en ellas la huella
de aquel dolor: espejos y lágrimas.
(Este microrrelato ha sido leído por Ana Vidal en el
programa de radio “Soles en el ocaso” en el que colabora; programa en el que
anteriormente se pudo oír: “La
tormenta perfecta”, un micro que ya fue publicado aquí en su día. He
de mencionar además la excelente compañía con la que salieron al aire, razón
por la que os facilito el enlace de este último programa (micros a partir de 1 hora y 5 minutos) y el de aquel (a partir del minuto
33). Gracias, Ana).
Me ha parecido precioso, Luisa. Un micro-leyenda con una perfecta frase final.
ResponderEliminarLágrimas y espejos... Bellísima, y tremenda, conjunción...
ResponderEliminarSaludos
Gracias a ambos. Venecia es especial, rara y absurda, mágica. El texto no está a la altura, algo imposible, pero... espero que "algo" tenga.
ResponderEliminarGracias
Parece casi un cuento de las mil y una noche... Muy lindo.
ResponderEliminarMuy amable, Mei.Te lo agradezco
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