Desde que la rubia que leía “Guerra y paz” bajó del
autobús viajamos en el más absoluto de los silencios, mirando la realidad a
través de los sucios cristales como si fuésemos peces, boqueando y con los ojos
abiertos, siguiendo un trayecto circular que recorre la ciudad una y otra vez
en un tiovivo sin fin lleno de niños que nadie espera y que nadie quiere. De
repente el conductor modifica ligeramente nuestra ruta y sacudimos parte del
sopor con un pestañeo; es una mujer rubia, con un manoseado libro gordo en las
manos y una portada que reconozco, la veo avanzar por el pasillo del autobús
buscando un hueco y, por un momento, pienso que esta mujer ha de ser la rubia
que se apeó, que ahora vuelve. Y elijo como todos aferrarme a mi sitio y a mi
silencio, decido no sentir y olvidar, escojo no saber qué se siente ahí fuera,
donde la vida vive y pasa el tiempo.
La literatura como salvación de ese limbo rutinario en el que nos vemos envueltos.
ResponderEliminarUn saludo, Luisa
Magnífico relato, que no baja la tensión ni un instante... Hasta un viaje en autobus puede esconder, en el fondo, el descenso a un mundo sin sentido...
ResponderEliminarUn abrazo
Las letras y la vida, que siempre sigue, afuera, adentro, o en ningún sitio.
ResponderEliminarGracias a los dos por pasaros
Lo releeré. Lo siento, esta mañana estoy espeso y no lo pillé.
ResponderEliminarHuy. Yo no se si lo entiendo pero su irrealidad me gusta. Solo por eso no está en el cubo de la basura
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