Debajo de la alfombra del salón empezó a crecer un bulto y sin embargo, no encontré nada extraño debajo de ella. O quizás sí. No sé. Las baldosas estaban hinchadas y gordas, y había como un latido de cemento dentro de ellas.
Un día, meses después, al volver del trabajo, encontré un hombre desnudo en el salón afirmando ser el hijo que siempre quiso mi vecina, que ella lo había deseado tanto que se había decidido a existir, y que para presentarse ante su madre sólo necesitaba una muda.
Le confirmé que ella ya no vivía en el inmueble, comentó que no se sentía con fuerzas como para ir a buscarla, le pregunté que si quería ser huérfano, contestó que era un bebé, que eso sí que era, le pregunté que dónde viviría y miró alrededor, quise saber cómo sobreviviría y contestó que alguien le mantendría.
Y aquí estamos. Aunque he de confesar que, cuando él va al frigorífico a cogerse unas cervezas, he empezado a buscar debajo de la alfombra un lugar por el que desaparecer.
Una curiosa acogida y un relato muy simpático y original.
ResponderEliminarSaludos, Luisa
Muy original el argumento y el desarrollo. Tiene un punto desconcertante.
ResponderEliminarUn poco de eso se trataba de hablar de lo que no puede ser como si pudiera.
ResponderEliminarGracias, chicos