5 de agosto de 2013

Perder las raíces

Agradecido por la vida que me había dado el autor de mis días, fui a la página de créditos del libro que era mi hogar y memoricé su nombre. Después, a un tiempo decidido y muerto de miedo, me despedí de los míos y salí de entre aquellas páginas, dispuesto a encontrarlo.
Muy pronto descubrí que su mundo era caótico y extenso, que se regía por leyes que desconocía y que, en él, yo sólo era un soplo de imaginación o, en el mejor de los casos, una ocurrencia feliz meciéndose en el aire.
Un día, vagando por las calles como de costumbre, creí oír el nombre de mi creador en lo que llamaban la caja tonta, le iban hacer una entrevista. Le presentaron como el primer autor de la historia al que le había desaparecido un personaje y oí con tristeza como interpretaba mi deserción como una afrenta personal. Supe entonces que sólo era la pieza perdida del puzzle, el detalle que todo lo afea, un preso huido. Escuché que me aborrecía y que no quería volver a saber nunca nada de mí. Justo en ese instante, me evaporé; mucho después, fui lluvia.

3 comentarios:

  1. Me encantó esta historia, y qué precisión en la palabra. Un abrazo, Luisa.

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  2. Es increíble como fluye tu historia abandonando tu cabeza y yendo a la del lector. Tienes una forma muy cinematográfica de expresarte. Me gusta.

    Saludos

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  3. Bello, triste, muy triste y comovedor

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