Hacía
cinco horas que el ascensor, que ahora se tragaba a su hijo, había abierto sus
puertas; entonces le había sorprendido su altura y su seriedad, su sonrisa y su
abrazo. Había pasado un mes desde la última vez que lo había tenido ante sí y
durante toda la tarde había estado dando cumplida respuesta a los caprichos del
pequeño: una hamburguesa con todo, dos vasos de refresco, un pedazo de tarta
con helado de chocolate y una bolsa de chuches para el día siguiente.
Suponía
que durante todo ese tiempo la cara de tonto feliz hablaba de su divorcio y del
régimen de visitas; sin embargo, el niño acababa de dar una vuelta más de
tuerca y ahora él, a la cara de idiota, sumaba unos ojos vidriosos al borde del
llanto como nunca en su vida. Su hijo, un instante antes del adiós, le había
entregado la pequeña corona de cartón que había lucido durante la merienda.
-¿Me
la guardas, papá? Es una corona de reyes y el amigo de mamá no lo entendería.
(microrrelato publicado en el último número de Pseudònims, cuyo tema era “coronación”; sí, el último, no habrá más números de esta revista, lo que viene a ser una pena)
(microrrelato publicado en el último número de Pseudònims, cuyo tema era “coronación”; sí, el último, no habrá más números de esta revista, lo que viene a ser una pena)
Oh! vaya....no habrá más números de esa revista ¡qué penita!...tengo varios números y aunque nunca he participado me gustaba leerla.
ResponderEliminarTu micro describe una escena que se repite cada quince días en muchas casas con custodias repartidas, o compartidas, o con visitas. Yo creo que al final... los críos sufren en silencio los desatinos de sus mayores. Esa corona es símbolo de muchas historias.
Un abrazo Luisa y felicidades por estar de nuevo publicada.
Una triste historia cada vez más repetida. Y una pena también lo de la revista...
ResponderEliminarBesos desde el aire