A Virus le jodía sobremanera entrar en el saloon
haciendo que las puertas batieran como locas y lograr en el mejor de los casos
una mirada despectiva o unas risas. Ser tan pequeño era una putada de las
gordas, y eso que comparado con cualquiera de los suyos era grande, muy grande,
inmenso.
Por eso no hacía demasiado tiempo había decidido que
no volvería a entrar solo. Se apostaba en una esquina, esperaba tranquilamente
y en cuanto aparecía un ser grandote y malencarado se subía a su chepa. Así
que, cuando el idiota entraba en el bar, la hemorragia generalizaba estaba en
su punto álgido y él sólo tenía que esperar cosa de un minuto a que se muriera.
Después salía de su cuerpo, se estiraba ante los ojos de los atónitos
parroquianos y, pequeñito o no, se bebía todo el whisky como una esponja
mientras ellos se iban con el rabo entre las piernas y con cualquier estúpida
excusa.
Justo después llegaba el premio, el verdadero premio,
la razón por la que siempre volvía: su chica, esa que, con una sonrisa en los
labios, ya se estaba inyectando el antídoto que había inventado un loco del
espacio exterior y que la protegería de todas las guarradas que la hiciera.
(publicado
en la Revista MiNatura nº 140, tema propuesto: “SPACE WESTERN”)
La revista MiNatura publica relatos breves que hacen que las neuronas bailen en un torbellino de ideas fabulosas, tan imaginativas como esta que nos han contado. Felicidades por la publicación Luisa,
ResponderEliminary prometo no entrar en ningún saloon sin el antídoto,
o hacerme, en su defecto, novia de Virus James. :)
Un besazo.
Una valiente, sí que eres.
ResponderEliminarGracias
Sí. Qué desparrame de fantasía! Felicidades por la publicación.
ResponderEliminarUn beso enorme, Luisa.
Me falla el "guarradas", yo buscaría otro término. Por el resto un relato muy potente. Me ha gustado.
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