Cada
día ocurría lo mismo, salía del trabajo un funcionario cobarde y servil y
llegaba a casa el torturador constante y silencioso de su familia. La velocidad
a la que se producía la transformación era cada día mayor, era aterradora.
Sin embargo llegó una tarde, una
cualquiera, en la que el hijo mayor puso freno de golpe a la sucesión de
palizas, revirtió la transformación y lo dejó reducido a un ser acurrucado en el suelo del salón, el mismo
que está ahora entre rejas.
Muy frecuente, esto que narras con una voz cercana, sin grandes malabares. La lectura que me gusta.
ResponderEliminarNo por frecuente deja de ser duro. Muchos quedan sin el merecido frenazo.
ResponderEliminarMe encanta ese final feliz, ójala siempre fuera así. Bravo por ese relato sencillo y valiente.
ResponderEliminarMuy bien !
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola. Lamento no disponer del tiempo como para devolveros los mimos y la cortesía de seguir pasando por aquí. Gracias de todo corazón y... un beso a todos y cada uno. Gracias
ResponderEliminarTodo tiene un límite y alguien tiene que ponerlo. Un relato efectivoi.
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa
Me gusta ese frenazo final. Como siempre, un relato magistral.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Bueno, Luisa, muy bueno.
ResponderEliminarUn beso.
Genial planteamiento. Hay que frenar situaciones como las que narras.
ResponderEliminarUn saludo.
Ayer este blog estuvo de fiesta sorpresa, cuántas visitas y comentarios!!! Gracias a todos
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