El funcionario entró en el despacho.
No era una habitación grande; más bien al contrario, era oscura y fría, con el
espacio justo para una mesa, un par de sillas y algunas estanterías. Sin
embargo al hombre se le humedecieron los ojos en cuanto se quedó solo tras
cerrar la puerta.
Hasta que había llegado ese
maravilloso momento, había tenido que compartir casi ocho trienios con
esos funcionarios de nuevo cuño que
tanto despreciaba y que ya empezaban a ser multitud en la Administración; hombres y mujeres que carecían de la sensibilidad
adecuada como para ver la belleza que hay en un buen archivo, en unas copias
compulsadas, en un acuse de recibo, en unas fotocopias o en el valor
incalculable de un simple original; hombres y mujeres que se llamaban a sí
mismos funcionarios pero que habían sustituido el delicado tacto de papel por
el ruido mecánico de unas teclas, por fríos correos electrónicos, por ficheros
adjuntos y versiones sin fin de inmensas bases de datos en las que cabía de
todo menos el siempre delicado aroma del polvo y la belleza colorista de
algunas pólizas.
Sin embargo, ahora, estando solo
entre aquellas paredes, aquel tiempo que había sido eterno parecía bien poca
cosa.
El funcionario comprendió que se le
ofrecía una oportunidad, quizás la última; supo cual era su misión, tuvo la
certeza de que él era el mejor para llevarla a cabo y decidió que, desde aquel
humilde lugar, trabajaría para que aquellos hombres y mujeres comprendieran el
valor que siempre tuvo, y que siempre tendría, una determinada forma de
trabajar; desde de allí, día a día, con un esfuerzo callado y constante, se
convertiría en un ejemplo a seguir, sería maestro, compañero y guía.
Muchos años después alguien abrió
aquella misma puerta desencadenando un pequeño alud de hojas. Descubrieron una
mano acartonada y, un poco más allá, un rostro momificado con una absurda
sonrisa.
Has dado en el clavo de lo que llevaba pensando durante algunos meses. Quería escribir algo así, y fíjate ya lo has hecho tú.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho por esa elegancia a la hora de presentarnos la situación, y la lejanía entre unos y otros, la sobriedad... y otros tantos valores humanos que a veces nos hacen despreciables.
Debes ponerlo en un marco bien grande, para que todos tengamos opción de leerlo.
Un besote y gracias por compartir.