Llegar a ser un barrio no es
cosa fácil, hacen falta voluntad y años, muchos años.
El día que salimos de la aldea,
muertos de hambre, buscando los restos de las alquerías de las que nos habían
hablado, pensando ya en convertir en ermita cristiana el cochambroso edificio
pagano que nos miraba, éramos aún agricultores aunque estábamos dejando el campo. Poco más
adelante, tras la primera curva, nos vimos convertidos en canteros y caleros,
oficios que nos llenaron el bolso de billetes mientras alimentaban la ciudad
que no dejaba de crecer a nuestro lado, ciudad que secretamente envidiaba
nuestra iglesia, nuestro hospital y nuestro pan, ése que llegaba a sus mesas
aunque el río sin puente siguiese separándonos. Más tarde, un par de siglos más
tarde, cuando el paso se construyó y la monstruosa urbe empezó a tragarnos,
llegaron las flaquezas y las
debilidades, los malos hábitos, los años tristes que no podemos olvidar ni
olvidamos; hasta que empezamos a mirarnos los unos a los otros, encontrando en
el extranjero un vecino, en el obrero un hermano, cogiendo la historia por los
cuernos para ponerla de nuestro lado y empezar a ser lo que fuimos siempre:
barrio.
(microrrelato que presenté al I
Certamen de Microcuentos Vallecas Calle del Libro y que viene a ser un resumen
de la historia de ese barrio madrileño)
Sin duda es la mejor opción "tomar la historia por los cuernos" y formar parte de ella, lo otro sería quedarse sin ser protagonista de la misma.
ResponderEliminarBesos alternativos.
El comienzo me ha ganado y me ha agarrado hasta el final.
ResponderEliminarUn beso.