Petra Acero |
El hotel con el que nos ganábamos la vida estaba junto
a una de las carreteras que salían de la ciudad. Yo lo había heredado de mis
padres y, con el paso de los años, habíamos visto como la metrópoli cada vez
más cerca amenazaba con engullirnos. Así, habíamos dejado de ser una
encantadora casa rural y quizás acabásemos por
convertirnos en uno de esos hoteles que hay en los polígonos industriales,
llenos a partes iguales de altas voces y de gemidos.
Yo miraba con aprensión a mi mujer, que era de misa
diaria, y me preguntaba qué sería de nosotros cuando trasformasen la iglesia en
una discoteca y nuestro pequeño pueblo en un satélite con cuatro casas.
Qué tonto soy, ¿verdad? y qué olvidadizo.
En cuanto volvimos de despedirnos entre lágrimas del
cura, un buen amigo, ella puso la radio a todo volumen, empezó a mover las
caderas, a guiñarme un ojo y a servirse un lingotazo de whisky. Sentí otra vez un
pellizco en el corazón y recordé el modo en que nos habíamos conocido, el
momento exacto en que habíamos decidido vivir y sobrevivir juntos.
(microrrelato
escrito para la convocatoria de ENTC
del mes de julio: “…en aquel hotel de carretera…”)
No sé si adaptación evolutiva o involutiva. De cualquier forma, buen microrrelato.
ResponderEliminarAbrazos de reentrada.
ole las visitas guapas!
ResponderEliminarOriginal, un cambio radical.Me deja la sensación de que se me escapa algo. Lo releeré.
ResponderEliminarJajaja, lo mejor de todo es saber readaptarse. De todas maneras, no les debió costar mucho, jajaja. Que buen cambio de tuerca.
ResponderEliminarBesicos muchos.