Las
noches eran aburridas, frías y largas; esa fue la razón principal por la que le
aceptamos, para poder luchar contra el frío y alejar a los animales. Sin
embargo su poder no era tanto como él creía, antes de que se diera cuenta
algunos lo imitábamos con éxito a escondidas.
Poco
después un hombre le hizo tropezar o una mujer lo empujó, poco importa, el caso
es que cayó en el fuego que él mismo, haciendo aspavientos y dándose
importancia, había encendido.
Así
fue como aquel pesado se convirtió ante nuestros divertidos ojos en cena.
Es lo que tiene creerse un diosete, que acaba malamente.
ResponderEliminarAbrazos muy calurosos.
Qué divertido, Luisa.
ResponderEliminarJeje, fue víctima de su audacia.
ResponderEliminarUn abrazo.