La
noche está en silencio. La mujer avanza sola con pasos elásticos hacia su cita
y registra su entorno: un hombre fuma en una escalera de incendios, una vecina
saca la basura, un perro olisquea y orina en una farola, un borracho duerme
plácidamente en el callejón, una pareja se funde en un beso. Ve lo de todas las
noches, lo de siempre: gestos congelados, a la expectativa, miradas esquivas y
silencios.
De
pronto, por el fondo de la calle, se oye el motor de un coche sin luces, negro,
que para precipitadamente junto a ella; alguien abre la puerta lateral, la
quieren atrapar, la capturan, la hacen desaparecer mientras ella apenas logra
emitir una protesta o un gemido.
Para
cuando el vehículo arranque, el dispositivo ya se habrá puesto en marcha y los
policías surgirán de las sombras que lamían el asfalto de las aceras, apagando
sus cigarros, mirando sus relojes y calándose el sombrero.
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