El viejo se dirigió con paso lento y decidido a la sala de la televisión de la residencia. En cuanto encendió el aparato, el volumen a prueba de sordos delató su presencia a deshora en la sala y llamó la atención de una de las enfermeras.
Ella se acercó a él pero, antes de que dijese nada, él hizo un gesto pidiéndole silencio, sacó el pañuelo rojo que tenía guardado en el bolsillo y empezó a mirar la pantalla; ella, por puro respeto y también con cierta curiosidad, también miró.
-Pamploneses, pamplonesas,…
Un par de viejos más asomaron su cabeza. Después, en cuanto descubrieron de qué se trataba, entraron en la habitación despacio pero con una sonrisa.
Cuando en la plaza estalló la fiesta que duraría días, el viejo del pañuelo se lo anudó al cuello e informó a todos los presentes de la hora a la que se retransmitirían los encierros.
Con el paso de los días el número de personas con un pañuelo rojo en el cuello fue mayor, juntos vieron cada una de las carreras y de las corridas, juntos cantaron el “Pobre de mí” y después, poco a poco, volvieron a sus rutinas.
(microrrelato presentado sin éxito al III Certamen de Microrrelatos de San Fermín)
Aaaaaaaaay!
ResponderEliminar¿Sabes cuánta ternura, tristeza y sentimientos incalificables despierta esto? Bonito.
Digo como Montse, es realmente tierno y añado: muy visual.
ResponderEliminarBesitos