ilustración de Fernando Martínez |
Al llegar a casa, la había descubierto haciendo
precipitadamente las maletas. Y minutos después, sin aún poder creérselo, oía
un portazo.
Ahora vagaba por el que había sido su apartamento,
buscando respuestas, haciendo conjeturas, perdido. No habían discutido, estaba
seguro de que no había terceras personas, no recordaba un comentario hiriente o
un mal gesto. Sabía que, hasta el último instante, habían sido felices; y, sin
embargo, ella se había ido, ¿por qué? Repasó con el mismo celo la casa y sus
recuerdos, y lo único que encontró fue un número anotado en el bloc que había
junto al teléfono.
Más o menos media hora después de que ella le hubiese
abandonado, él se apagó hasta morirse.
Nunca supo la verdad, a seres como él nunca se les
decía lo que eran; pero ella había sospechado, había investigado y había
encontrado una respuesta: esa cifra tan alta y tan corta, los segundos que le
quedaban de vida, y el regusto amargo y metálico de unos besos que quizás no lo
habían sido nunca.
Mucho más tarde, alguien quiso que aquel juguete fuese
un ser humano de nuevo y volvió a poner el reloj de la vida en marcha; así
nació un robot que siempre se creyó
hombre, con una extraña afección ocular a causa del óxido.
(microrrelato
escrito para participar en el concurso convocado por ENTC, del mes de marzo y
que debía de estar relacionado, de algún modo, con la cifra “2084”)
Creí habértelo comentado en ENTC, veo que no, pero lo leí. Un futuro posible de humanización de las máquinas (creo que ya existen, como esos aviones que matan solos). Me gusta el detalle del ojo, las lagrimas herrumbrosas. También me gusta que ella no quede definida si es humana o robot, así da más posibilidades.
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