Harto de que ella fuese la dueña de todos sus días, tomó una determinación. Se bebió la botella de coñac que había guardado para el nacimiento del hijo que no tuvo nunca, se camufló tras el traje de Papá Noel de su precario trabajo actual y empuñó el hacha a falta de un arma de fuego.
Fue entonces a la casa del lago, a esa casa que había construido con sus propias manos y que ahora ya no era suya. El agua estaba helada desde hacía meses y sólo unos cientos de metros le separaban de ella.
Sonrió, elevó la vista y, antes de darse cuenta, se encontró con la cara pegada el hielo, otra vez, una vez más.
El gato, el que había sido su gato, había saltado a sus pies, le había hecho tropezar y ahora lo miraba por encima del hombro, con la misma sonrisa con que le habría sonreído la bruja.
(microrrelato presentado al concurso de Minificciones, mes de diciembre)
Siempre queda algún gato para acompañarte en la recta final, aunque en este caso sea una compañía embrujada.
ResponderEliminarMe gustó.
Besos de reinas magas.
Me quedo con los besos y con la magia, venga de donde venga.
ResponderEliminarUn beso
Un relato desolador, se aprecia tanta soledad y frustración en el protagonista...
ResponderEliminarBesos
Sí, al pobrecito le pasa todo. Incluso el gato parece reirse de él.
ResponderEliminarLo cierto es que cuando vi la imagen pensé: imposible, pero.........se me pegaron dos neuronas, dos de las listas, y salió eso, vamos a llamarlo microrrelato.
Patético intento de venganza de tu protagonista, que desde luego es un verdadero antiheroe.
ResponderEliminarMe gustó, Luisa.
Besos.