Justo después de frotar el polvo de
esa lámpara que no sabía cómo había llegado hasta allí, oí un ¡puf! y apareció
un personajillo, como por arte de birlibirloque.
-Soy un genio y, por cucarme, te concederé un
deseo.
-Pero, ¿no eran tres?
-Ése es el precio estándar por
“liberar” genios; tú, en cambio, me vas a dar trabajo, ¿verdad, guapa?
Confieso que el muy usmia me calló mal.
-¿Uno? Pues me va a ser difícil
saber qué pedirte.
-A mí eso me la refanfinfla, como si no me
pides nada.
Se me ocurrió una maldad, una
pequeña, y pensé: ¿qué perdía?, ¿un deseo?, ¿nada más?
-Quiero que pases la tarde conmigo.
-¿Yo?
-Sí, claro, ¿ves a alguien más?
-Es un deseo extraño, pero no te lo
puedo negar.
Y así, hasta que llegó la noche y
sin pedirle nada: le metí corito en el frigorífico e
hice lo posible por convertirle en un chupitel, puede que le
amenazase un poco con desmocharle como un ajo, o
quizás me emperejilé en que se escolingase por el filo de
una navaja, huy, no sé; eso sí, cuando nos fuimos a dormir, él y yo habíamos
aprendido algunas cosas: que yo era más grande, que él no era muy genio y que
era, además, un poco moñas.
Luisa, que original este micro, eres genial con todo lo que ofreces. Me voy de aquí con nuevo vocabulario y sabiendo un poquito más. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesicos muchos.