El padre está
en mitad de la habitación, siguiendo los movimientos del hijo, éste se mueve
con la elasticidad de un gato mientras va guardando cosas en la mochila que hay
sobre la cama.
-¿Qué puedo
hacer para que no te vayas?
-No puedes
hacer nada, padre, sabes que la decisión está tomada. Lo hemos hablado antes.
El joven evita
mirar a su progenitor, a quien hoy ha descubierto más pequeño que nunca. El
padre se retuerce las manos.
-¿Te vas porque
he hecho algo mal?
El hijo se para
frente a él. No puede consentir que se sienta culpable, no cuando está a punto
de irse.
-Tú no has
hecho nada malo, papá, y lo sabes. Toda tu vida has trabajado como un animal
para darme una buena educación. Me has dado la oportunidad de aprender, de
elegir y ahora, gracias a ti, puede salir a luchar por lo que creo que es
necesario y justo. Papá -añade-, sabes que no puedo mantenerme al margen, que
no puedo meterme en un despacho y mirar a otro lado. Quiero hacer algo, tengo
que hacerlo.
El padre
asiente, el chico no le ha mentido nunca; sin embargo, ni aún sintiéndose tan
orgulloso como se siente de él, consigue acallar el miedo.
Toda la vida ha
trabajado para los madereros y ahora su hijo quiere luchar contra ellos. Lo
enseñó a amar tanto la selva, tan profundamente, que ahora quiere protegerla. Y
aunque no tiene nada de qué arrepentirse, nunca han hablado de esos muchachos
con ideales que desaparecen de un día para otro, nunca han sido eco del
ostentoso desprecio de aquellos que le pagan. Hasta hoy no se había puesto en
el lugar de esos padres que pueden llegar a perder lo que más quieren, a cambio
de que la naturaleza tenga a alguien dispuesto a luchar de su lado; e intuye
que, desde el momento en que el hijo se vaya, el dolor se hará dueño de su
cuerpo, las lágrimas de sus ojos y el silencio de la casa.
(Si tienes un microrrelato con temática
ecologista, no dudes en enviármelo. Si, por el contrario, prefieres ilustrar,
ponte en contacto conmigo, esta sección la estamos construyendo entre todos y
estás invitado. ¡Muchas gracias!)
Tiene que ser duro tomar una decisión así. El corazón por un lado, tus principios por otro.
ResponderEliminarRelato profundo, Luisa, me gustó.
Hoy salgo sin dibujo porque... el texto (no sé) se merecía ser el protagonista. Lei una noticia: chicos ecologista que mueren en defensa del Amazonas a manos de los sicarios de los magnates de la industria maderera.
ResponderEliminarLamentablemente, no he inventado mucho.
Gracias
Perder un hijo es el mayor dolor que podemos sentir. Perder un hijo que lucha por proteger la vida, sigue siendo un dolor atroz...
ResponderEliminarBesos desde el aire
Un texto muy de dentro. Me estremecí al leerlo.
ResponderEliminarSaludos querida Luisa
Luchar hasta perder la vida por una fuerte convicción, un ideal. Muy valiente.
ResponderEliminarUn relato fuerte y lo peor es que no está alejado de la realidad. Me voy pensando.
Un abrazo, Luisa.
Ahí está el mérito, Luisa, coger una noticia y convertirla en cuento, en un buen relato. Y tú lo has hecho, sin duda.
ResponderEliminarUn abrazo.
Precioso y realista. Las decisiones son más duras si se cruzan relaciones afectivas. Un canto al futuro y a la esperanza.
ResponderEliminarBesos
¡Tremendo, Luisa!
ResponderEliminarUn micro que nos plantea un drama intenso y que -gracias a su contenido emocional reflexivo- se nos clava en el alma. Por si ello fuera poco, además, de su hondura emocional, destaca su fuelle argumental y la acertadísima construcción de personajes que has logrado.
Un abrazo,
En toda muerte hay dolor, y todos los que mueren son hijos de alguien. El mensaje es dolorosamente cierto y actual. Los grandes intereses económicos disponen de las vidas humanas a su antojo, ajenos a cualquier sentimiento.
ResponderEliminarPero hay quienes dan sentido al dolor y a la muerte, como en este caso, ofreciéndolos para que la vida resurja para muchos.
Saludos.
Doloroso es Luisa que no nos afecte lo suficiente o a algunos, el problema tan acuciante y actual. Me ha gustado mucho tu manera de hacer palpable el caso.
ResponderEliminarBesicos muchos.