31 de diciembre de 2015

Los amigos de Carlota

Como quizás ya sepáis, hace mucho tiempo, pero mucho mucho, escribí un cuento infantil: La brujilla Carlota. Y fue más o menos por aquel entonces cuando escribí una continuación que titulé: Los amigos de Carlota.
Sí, lo habéis acertado: también ese lo autoedité y está disponible en Bubok.

¡Feliz Año Nuevo!
 

http://www.bubok.es/libros/7259/Los-amigos-de-Carlota

24 de diciembre de 2015

La brujilla Carlota

Hace mucho tiempo, pero mucho mucho, escribí un cuento infantil: La brujilla Carlota.
Y después, hace tiempo, mucho mucho pero no tanto, me decidí a autopublicarlo en Bubok, para ver qué era eso.
A día de hoy, sigue estando disponible allí (en papel, si pagas lo que el papel vale, o para descargártelo gratis, como quieras).

¡Feliz Navidad!


http://www.bubok.es/libros/7258/La-brujilla-Carlota

21 de diciembre de 2015

Crueles

Desde este rincón he sido testigo mudo de sus vidas pero hace demasiado tiempo que la casa está vacía.
Recuerdo que me propusieron jugar al escondite, como avergonzados, mientras se daban codazos entre guiños y risas.

17 de diciembre de 2015

Ósmosis

Debajo de la alfombra del salón empezó a crecer un bulto y sin embargo, no encontré nada extraño debajo de ella. O quizás sí. No sé. Las baldosas estaban hinchadas y gordas, y había como un latido de cemento dentro de ellas.
Un día, meses después, al volver del trabajo, encontré un hombre desnudo en el salón afirmando ser el hijo que siempre quiso mi vecina, que ella lo había deseado tanto que se había decidido a existir, y que para presentarse ante su madre sólo necesitaba una muda.
Le confirmé que ella ya no vivía en el inmueble, comentó que no se sentía con fuerzas como para ir a buscarla, le pregunté que si quería ser huérfano, contestó que era un bebé, que eso sí que era, le pregunté que dónde viviría y miró alrededor, quise saber cómo sobreviviría y contestó que alguien le mantendría.
Y aquí estamos. Aunque he de confesar que, cuando él va al frigorífico a cogerse unas cervezas, he empezado a buscar debajo de la alfombra un lugar por el que desaparecer.

15 de diciembre de 2015

Cuenta la leyenda


Cuentan que, en aquel pequeño pueblo junto al mar, había una prestigiosa fábrica de espejos y que su dueño estaba locamente enamorado de la más bella mujer que aquellas calles habían visto nunca. Él, intentando conquistarla, construyó fastuosas catedrales, coquetos palacios y delicadas villas para después cubrirlas por fuera y por dentro de esmeriladas superficies que la multiplicarían un millón de veces; sin embargo ella, joven y coqueta, acostumbrada a que los espejos la quisiesen, huyó junto a un joven pescador que la cantaba, que no había pescado nada nunca, pero que la hacía reír. Roto por el dolor, el propietario de la fábrica empezó a hacer añicos todo lo que había construido, no dejó de llorar y gritar hasta que la muerte le impidió hacerlo.
Aquel pueblo se llamaba Venecia y, aún hoy, cualquier persona que recorra sus calles estrechas verá en ellas la huella de aquel dolor: espejos y lágrimas.

(Este microrrelato ha sido leído por Ana Vidal en el programa de radio “Soles en el ocaso” en el que colabora; programa en el que anteriormente se pudo oír: “La tormenta perfecta”, un micro que ya fue publicado aquí en su día. He de mencionar además la excelente compañía con la que salieron al aire, razón por la que os facilito el enlace de este último programa (micros a partir de 1 hora y 5 minutos) y el de aquel (a partir del minuto 33). Gracias, Ana).

14 de diciembre de 2015

Siempre estamos ahí

Sabemos todo de él, lo que le gusta y lo que no, cuándo se enamoró, cuánto tiempo estuvieron juntos y cómo cortaron. Sabemos que se siente solo y queremos arreglarlo. Ahora vamos hacia su casa, acabamos de poner su dirección en el navegador: somos sus mejores amigos, acaba de alquilarnos.

(una aportación a Cincuenta palabras)

10 de diciembre de 2015

No leas “La trampa”

Desde que me arrestaron como cómplice de asesinato hasta hoy, he repetido sin cesar que sólo soy un lector; pero ahora, encerrado en esta celda de paredes de papel y barrotes de tinta, hago repaso y descubro como el autor de la novela que estaba leyendo me ha atrapado.
He dejado mis huellas en cada página, puede incluso que encuentren ADN ya que suelo chuparme el dedo justo antes de pasarlas. Sonreí cuando el detective privado fotografiaba al amante y sospecho que quizás entonces también a mí me disparó con la cámara. Admito que me paseé por el lugar del crimen sin poner demasiado cuidado. Recuerdo haber expresado mi opinión sobre la profesionalidad del asesino y lo acertado que era que ese personaje, el asesinado, desapareciese de la trama, creo que hasta podrían haberme grabado. En mi cuenta bancaria ha habido….
De repente me siento observado.
Levanto la cabeza. Reconozco la mirada del autor, son los ojos que me miraban desde la contraportada. Su mano atraviesa el espacio, empieza a dibujar alrededor de mi cuello una “o” y acaba asfixiándome.

7 de diciembre de 2015

El golpe de su eminencia

Tras algunos cálculos, comprendió que el futuro que ansiaba vivir estaba a unos seis años de distancia sin alcohol y sin juergas. Fue justo entonces cuando sintió cómo flaqueaba su vocación mientras su mano izquierda, siempre más atrevida, buscaba un atajo robando en el cepillo de las limosnas.

3 de diciembre de 2015

Limbo

Desde que la rubia que leía “Guerra y paz” bajó del autobús viajamos en el más absoluto de los silencios, mirando la realidad a través de los sucios cristales como si fuésemos peces, boqueando y con los ojos abiertos, siguiendo un trayecto circular que recorre la ciudad una y otra vez en un tiovivo sin fin lleno de niños que nadie espera y que nadie quiere. De repente el conductor modifica ligeramente nuestra ruta y sacudimos parte del sopor con un pestañeo; es una mujer rubia, con un manoseado libro gordo en las manos y una portada que reconozco, la veo avanzar por el pasillo del autobús buscando un hueco y, por un momento, pienso que esta mujer ha de ser la rubia que se apeó, que ahora vuelve. Y elijo como todos aferrarme a mi sitio y a mi silencio, decido no sentir y olvidar, escojo no saber qué se siente ahí fuera, donde la vida vive y pasa el tiempo.