Asociaciones, fundaciones y todo tipo de organismos públicos o privados lo habían empezado a hacer con mayor o menor éxito pero fue él, sir Conall Hardy, el primero en decirlo públicamente, y en exclusiva, al Amazon Post: “He comprado el Henry Doorly, uno de los zoológicos más grandes del mundo, para hacer de él el germen de la más extensa y completa colección de seres vivos de la historia”. Y nadie puso en duda que lo lograría, y con creces, pues le respaldaban una cartera siempre llena y la experiencia de ser, en cualquier cosa que le interesase, uno de los mejores coleccionistas del planeta.
Desde ese momento las noticias se inundaron de imágenes en las que dejaba constancia de cada una de sus nuevas adquisiciones, selfis en los que él aparecía mostrando otra de sus pasiones, los implantes biónicos, a las que quizás habría que añadir la edición del ADN para, también hizo una noticia de esto, “corregir mutaciones genéticas, eliminar secuencias patógenas, insertar genes terapéuticos, dar vida a mejores seres y, ¿por qué no?, a superhombres”, cuestiones a las que prestaría, como siempre había hecho, atención y fortuna, en ese orden o en cualquier otro.