Diferentes planes de huida a París,
eso es lo que puso Daniel sobre la mesa. Los examiné y, aunque he de admitir
que se lo había currado, pronto pude encontrar algunos errores que harían que
el objetivo se nos escapase de las manos. Cogí uno de aquellos papeles y simulé
entretenerme con él más de lo necesario; él seguía sonriendo, esperando una
palabra, y yo dije tres: “Lo haremos así”. Y aquí estamos, en tierra de nadie,
y Daniel acaba de ver la navaja en mi mano.
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