Era
una auténtica nulidad para las relaciones personales y decidió simplificar en
lo posible el problema.
Así sustituyó el mundo
tridimensional que le rodeaba por la pantalla plana del ordenador que tenía en
el despacho. Y no dudó en reducir los cinco sentidos para acabar usando, en el
mejor de los casos, solo dos: el tacto leve de los dedos en las teclas y la
vista.
En cuanto a los
resultados, estos fueron proporcionales a su exposición a la realidad. No
entregó jamás el corazón, sufrió la mitad y vivió poco más o menos una media
vida.
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