Se
apresuraron con el martillo y los clavos, porque no querían llegar tarde a la
fiesta y quedarse con las plañideras. Los clavos deberían haber sido mucho más
largos si debían atravesar una mano y hundirse en la cruz y, teniendo además en
cuenta que tendrían que soportar el peso de un cuerpo, quizás hubiese sido
preciso usar más de uno. Sin embargo nada de eso se hizo, dos golpes de
martillo y empezaron a alzar el invento. Cuando los carpinteros se fueron, las
mujeres los descolgaron con la ayuda de una escalera, a todos menos a ese
pesado llamado Jesús, que ni crucificado dejaba de hablar… de lo que fuera que
hablase.
Buena apuesta y final inesperado, Luisa.
ResponderEliminarBesicos muchos.