He visto demasiadas películas americanas en las que
los moteles, como el que tengo delante, son el escenario de asesinatos
sangrientos. Aparco y entro en recepción, la abuelita que me atiende es
encantadora y decido hospedarme; con la excusa de no molestar a los otros
huéspedes, solicito la habitación más alejada al tiempo que obtengo alguna
información sobre ellos; cojo la maleta que he dejado junto mis pies para
efectuar el ingreso y me digo una vez más que la sierra, los cuchillos y demás
enseres pesan demasiado, que me estoy haciendo viejo.
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