Puede que la idea fuese parida entre
el ruido de hielos y risas sofocadas; pero, contra todo pronóstico, una vez
superada la correspondiente resaca, logró afianzarse en sus cabezas hasta
alcanzar la categoría de promesa inexcusable. Por este motivo, cuando acabaron
la carrera y para celebrarlo, los estudiantes usaron el poco dinero disponible
en apuntarlo a un curso de buceo y tirarlo con honores al agua.
Fue así como uno de los esqueletos
de la facultad acabó en el fondo del Mediterráneo, vestido de buzo, sonriendo
en cualquier caso, como sonrieron al ver la extraña noticia algunos médicos ya
jubilados.
(microrrelato
incluido en “Menguantes”, libro que puedes descargarte en este enlace)
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