7 de mayo de 2018

Nada

El paisaje aparece partido en dos; en la mitad inferior un campo infinito, plano, amarillo y sin vida; en la superior, un cielo azul perfecto, sin huellas. Simplemente mirando, se puede apreciar el intenso calor que rodea la imagen; incluso se adivina cómo, en un acto inevitable y reflejo, en cada bocanada, los pulmones respiran y se secan a un tiempo; y por todas partes, el ruido de la chicharra que es el sonido de las cinco de la tarde bajo la luz inclemente de un sol de verano. No hay un aleteo, no hay una brisa, nada se mueve. Aún nadie ha entrado en la escena y, mirándolo bien, parece fácil que nadie quiera entrar, que nadie entre; y así el lugar, la imagen, el decorado, la cáscara del cuento, se quedará estéril de historias, de palabras y será estéril, más aún si cabe.

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