Tras
la muerte de su mujer y algunos meses de duelo, decidió enfrentarse a todas
esas cosas que se habían quedado, como él, sin dueña.
Libros
por leer o para releer siempre. Recortes de recetas de cocina. Dos regalos
envueltos a la espera de cumpleaños. Un frasco de colonia sin abrir. Ropa que
no recordaba haber visto. Nombres y números desconocidos en la agenda del
móvil. Y un ordenador, un portátil inundado de los correos de un hombre que
decía amarla y al que ella parecía corresponder.
Tras
no pocas dudas, se puso en contacto con él y quedaron para conocerse.
Hablaron
durante horas pero, al acabar la tarde, cuando se despedían en mitad de la
calle y para siempre, habían descubierto que la mujer de la cual estaba
enamorado el hombre que tenían enfrente no era la suya, que al menos había dos
versiones distintas habitando el mismo cuerpo, que la ausencia que ella había
dejado en cada uno de ellos era única y que el otro jamás podría adulterar ese
recuerdo.
La virtualidad permite esas cosas, nadie conoce al que escribe en mi blog, o al menos no me asocian con la persona con las que tratan todo el tiempo. Es algo casi... normal en estos tiempos.
ResponderEliminarY lamentable, también.
Saludos,
J.