“Has engordado, cuñado” dijo uno; “Pero no me estoy
quedando calvo” contestó el otro. Antes de que los platos semivacíos de los
aperitivos fuesen retirados de la mesa, ya se había instalado un incómodo
silencio que después, con el besugo, volvió a llenarse de insultos y gritos;
mucho más de lo que ella estaba dispuesta a soportar. Por eso, haciendo como
que quería ir al baño, cogiendo entre los dedos una esquina del mantel,
apoyándose en el andador, dio unos pasos decididos hacia el centro del comedor.
El caos fue absoluto, y la paz; ahora han sustituido
los gritos por murmullos, como si ella no pudiera oírles, como si ella no
quisiera irse a la residencia, como si no lo hubiese dicho ya.
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