Un
día descubrí en los ojos de mis padres una mirada, dirigida a mi gemelo, que no
habían posado nunca sobre mí; una mirada que era una caricia, acompañada de una
sonrisa y de una calidez que nunca me habían destinado. Hice de todo para
ganármela, fui el mejor, el peor, el obediente, el pelota, el chivato; lo fui
todo pero no logré nada. El problema solo quedó resuelto cuando, forzando un
accidente, acabé con mi hermano y ocupé su plaza, apropiándome así de su nombre
y de todo lo que conllevaba. Gané mucho con ese cambio, no solo el cariño de
mis padres; con el tiempo, buscando expiar mi pecado, he hecho todo el bien del
que he sido capaz, he sido la mejor
versión que podía ser suya, mía y de ambos. Sé que no hice lo correcto pero,
mirando hacia atrás desde mis ochenta años, confieso no reconocerme en el niño
que fui: ¿fui tan malo?
(microrrelato escrito para esta propuesta)
No hay comentarios:
Publicar un comentario