15 de marzo de 2013

Conejillo

Justo después de frotar el polvo de esa lámpara que no sabía cómo había llegado hasta allí, oí un ¡puf! y apareció un personajillo, como por arte de birlibirloque.
-Soy un genio y, por cucarme, te concederé un deseo.
-Pero, ¿no eran tres?
-Ése es el precio estándar por “liberar” genios; tú, en cambio, me vas a dar trabajo, ¿verdad, guapa?
Confieso que el muy usmia me calló mal.
-¿Uno? Pues me va a ser difícil saber qué pedirte.
-A mí eso me la refanfinfla, como si no me pides nada.
Se me ocurrió una maldad, una pequeña, y pensé: ¿qué perdía?, ¿un deseo?, ¿nada más?
-Quiero que pases la tarde conmigo.
-¿Yo?
-Sí, claro, ¿ves a alguien más?
-Es un deseo extraño, pero no te lo puedo negar.
Y así, hasta que llegó la noche y sin pedirle nada: le metí corito en el frigorífico e hice lo posible por convertirle en un chupitel, puede que le amenazase un poco con desmocharle como un ajo, o quizás me emperejilé en que se escolingase por el filo de una navaja, huy, no sé; eso sí, cuando nos fuimos a dormir, él y yo habíamos aprendido algunas cosas: que yo era más grande, que él no era muy genio y que era, además, un poco moñas.

1 comentario:

  1. Luisa, que original este micro, eres genial con todo lo que ofreces. Me voy de aquí con nuevo vocabulario y sabiendo un poquito más. Me ha encantado.
    Besicos muchos.

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