Cuando desenvolví el regalo, me
pregunté qué podía habérseles pasado a mis amigos por la cabeza para que me
comprasen un barco dentro de una botella. Además, y para acabar de mosquearme,
uno de ellos dijo: “nos han dicho que es un verdadero espectáculo si metes un
par de hielos dentro”, comentario tras el cual todos comenzaron a reírse
burlándose, eso creo, de mi creciente afición por la bebida.
Durante un tiempo el barco estuvo en mi
despacho, una habitación que no frecuento mucho y que uso como trastero; pero,
hace unos meses, sintiéndome tan idiota como borracho, acabé por meter en la
botella un par de cubitos.
Atónito, presencié cómo el barco se
partía en dos, cómo las mujeres eran embarcadas en los botes salvavidas y los
hombres rezaban y... ¡aquella música! Confieso que lloré como una niña y
también que, desde entonces, no he vuelto a emborracharme.
Dios mío cuántas lecturas le puedo dar a este relato!! Me ha encantado Luisa, es excelente. Felicidades.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Delirium tremens que le dicen, ¿no?
ResponderEliminarSaludos,
J.