Eran
un matrimonio y una niña de unos diez años. Me llamaron la atención por el modo
sincronizado en que dejaron sus móviles sobre la mesa del restaurante, antes
incluso de haberse sentado.
Después,
durante la comida, confieso haberles vigilado por el rabillo del ojo, del mismo
modo que ellos miraban disimuladamente las pequeñas pantallas de sus
respectivos aparatos.
No
se produjo ninguna llamada y pudimos comer en paz.
Sin
embargo, cuando pagaban, descubrí en sus rostros un gesto de decepción tal que,
por un momento, lamenté no tener un móvil a mano para animarles la tarde.
Cada día irremediablemente más asociales.
ResponderEliminarSaludos,
J.