18 de enero de 2019

Despechada

Nadie le he apoyado más que yo. Por él he facilitado pistas falsas, he inventado coartadas, he limpiado manchas de sangre y hasta he valorado, desde un punto de vista puramente estético, las fotos que hacía a sus víctimas. Le he sido leal como nadie, eso nadie puede negármelo.
Por esta razón, porque he sido una con él, sé que la pulsera de oro que encontré en uno de sus bolsos no era un regalo sorpresa como quiso hacerme creer; esa joya perteneció a la última rubia que tuvo entre manos.
Recuerdo ahora, como si fuese aquel día, el brillo de sus ojos y las palabras que repetía sin parar: “¡qué bien gritaba, qué bien gemía!; nadie, hasta hoy, me había suplicado perdón de un modo semejante”. Sé además que la foto que la hizo no está junto a las de las otras y que no ha vuelto a matar desde entonces, desde aquella víctima perfecta según sus propias palabras.
No, no ha vuelto a hacerlo y por eso aquí tiene, señor inspector, las pruebas que lo hacen culpable de todos sus asesinatos, esas que espero que le metan en la cárcel.  

2 comentarios:

  1. Ohhh Luisa, qué magnífico relato. Qué bien descrita la víctima sumisa y una vez cansada, empezando a caminar. Ufff que terrible!!
    Besicos muchos.

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