Llevaba
años alimentándose de conversaciones ajenas. Nadie como él para apropiarse de
las palabras que flotaban en el aire de la calle, que se dejaban caer en la
cola de la frutería, que se olvidaban junto a un paraguas en un autobús cualquiera.
Las
devoraba con verdadera ansía. Se las tragaba apenas sin masticar, sin
saborearlas, prácticamente enteras. Sin embargo, su recalcitrante soledad hacía
que le fuese difícil digerirlas.
De
modo que, solo cuando fue capaz de vomitar su dolor, solo cuando su discurso
dejó de ser eco de otros y sus palabras empezaron a ser suyas, solo entonces,
sonrió y levantó la cabeza.
Ahí, ahí, haciendose oír, aunque solo fuera interiormente :D
ResponderEliminarQué difícil digestión y que bonito relato. Me ha encantado Luisa.
ResponderEliminarBesicos muchos.