12 de junio de 2019

Dentro del laberinto


Como todas las noches, tras pasar el día en los billares, entré en casa buscando la cena. Me sorprendió no encontrar a la vieja, no verla tras esa revista de pasatiempos de la que no se separaba desde hacía algún tiempo. Recorrí con la mirada las sucias habitaciones hasta descubrir, sobre la mesa del comedor, la sobada publicación. Me acerqué a ella. Abierta de par en par parecía querer mostrarme cómo, después de una infinidad de intentos, mi madre había encontrado la solución al mayor laberinto que yo había contemplado en mi vida, un camino en el que la huella del lápiz se borraba ante mis ojos, a toda prisa.
De la vieja no sabemos nada desde entonces. Por mi parte, confieso que guardé aquella revista y también que he empezado a mirar el inmenso laberinto a todas horas, tanto que hasta puede que un día de estos me decida a intentar resolverlo para salir de aquí, como hizo ella.


2 comentarios:

  1. Meterse en un laberinto suele ser sinónimo de adentrarse en una gran complicación, de la que no se puede salir fácilmente. La anciana de tu relato lo ha utilizado como todo lo contrario, como feliz evasión, un camino sabio que puede ser imitado.
    Muy original, Luisa
    Un abrazo

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  2. Muchas gracías, Ángel. Perderse como... huida, algo así. En realidad mucha gente lo hace así, consciente o inconscientemente.
    Un besazo, Luisa

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