Cuando
él murió, el dolor me sitió; por un lado, debía devolverle a ella la imagen
llena de tristeza en que se había convertido y, por otro, un compañero de vida
se había quedado huérfano junto a mí.
Sé que pequé desde el momento en que hice mi
propuesta, desde que insinué a mi amigo que huyésemos del brillo gris que nos
hería para vivir nuestras vidas planas con tanta intensidad como pudiéramos,
desde que dimos la espalda a esa realidad que nos obliga. Lo sé. Como sé que,
el día en que ella no me encontró en el espejo, mi ausencia precipitó su fin.
Sin embargo, he de decir en mi defensa que estoy segura de que le gustaría
saber que él y yo seguimos juntos, que juntos mantenemos el reflejo del amor
que se tenían.
La vida al otro lado del espejo
ResponderEliminarY así quedará, al menos, el recuerdo.
ResponderEliminarSaludos,
J.