Desde el día que murió lucho por
hacer desaparecer su huella en el mundo. He tirado sus ropas y quemado sus
libros, he evitado nombrarlo y lo he logrado, he conquistado y ocupado todos
los vacíos, he simulado no conocer a sus amigos y he pedido a los míos que,
como yo, callen. Es así, en este trajín nuevo y gozoso como he pasado las
últimas semanas, aunque he de reconocer que los morados y las cicatrices que
dejaron sus golpes siguen sin desaparecer, ni con lágrimas.
Brutal y tristemente cierto.
ResponderEliminarMuy bien relatado.
Saludos,
J.
Carajo, me dejaste de piedra :S
ResponderEliminarEs difícil recuperarse de... según qué cosas
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