27 de enero de 2020

Inocentes


Mi compañero, consciente de que era mi primera vez en un pelotón de fusilamiento, me aconsejó que cerrase los ojos siempre y cuando el teniente no me viese. Y eso es lo que hice, empujado por el miedo.
Después cuando, tras la salva de disparos, volvió el silencio y me atreví a mirar, descubrí atónito que el condenado esbozaba una sonrisa incrédula y que, sobre nuestras cabezas, el amanecer empezaba a romperse.

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