Iban a ser años vistiendo como
querían otros, en una habitación en la que no había nada suyo, como la de un
hospital lista para revista, como si él no viviera en ella, como si no hubiera
vivido nunca. Sin embargo él estaba allí y aún le quedaba vida. Miraba por la
ventana, soñaba, empezaba a contarse un cuento y día a día lo cimentaba
poniendo las palabras justas, los silencios y solo después, cuando lo tenía al
completo en su cabeza, iba hacia el armario que albergaba las cuatro cosas que
aún tenía, cogía un cuaderno y un boli del pequeño arsenal y escribía, escribía
con la letra más pequeña y apretada que podía.
De vez en cuando pensaba que se
dejaría morir cuando se le acabasen las hojas o la tinta pero, aunque estuviese
en una residencia y en ella el material de escritura fuese un bien escaso, él
había descubierto que no tenía que compartirlo con nadie y que tampoco tenía
prisa.
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