La
invitación a comer de Mario incluía a Pedro, a Juan y a la belleza por la que
estaban todos colados; pero ella acababa de llamar para decir que no podría
acercase. Los hombres se miraron y decidieron ponerse a comer y ¡a beber!, a
beber como si no hubiera un mañana. Al poco el vino les soltaba la lengua y
hablaban de los sueños húmedos que ella protagonizaba: “la acaricio entera, la
beso, la exploro despacio”, “gime, jadea, grita”, “nos duchamos juntos,
desayunamos desnudos, no logramos despegarnos”. Y los hombres, juntos y
revueltos, contra todo pronóstico, acaban en la cama.
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