—No
puedo creerte —me dijo—, estas arrugas que me muestras no son verdad.
Yo, desde el fondo del espejo, veo
la eternidad que no cesa de crecer entre su mirada y la mía. No soy yo quien
entrega los reflejos con retraso; es él quién, incapaz de asumirlos, lleva años
demorándolos.
Ante el espejo no hay engaños posibles, por más que nos empeñemos.
ResponderEliminarBesicos muchos
Nadie acepta su propia verdad, la decadencia.
ResponderEliminarBesos.