Recién salida de la ducha, al secarse, descubrió que
la piel se le estaba arrugando a la altura de los hombros.
Poco después tiraba con suavidad de algunos jirones y
con un gesto casi infantil los iba dejando en el lavabo.
Supo que no podría parar y siguió desprendiendo
superficies de piel, cada vez más gruesas, cada vez más grandes, haciéndose
cosquillas mientras se las quitaba.
Al cabo de un tiempo indeterminado en el que no perdió
la sonrisa, fue consciente de la cantidad de pellejo acumulado. Levantó los
ojos y se miró en el espejo, la mujer que había salido de la ducha era ahora un
hombre con sus mismos ojos, un hombre que descubría que la operación de cambio
de sexo que le habían hecho no había valido para nada y que lamentablemente,
otra vez, era aquello que odiaba.
Qué bien descrito hasta llegar al final Luisa, me ha encantado!
ResponderEliminarBesicos muchos.
Final sorpresivo.
ResponderEliminarBesos.
La verdadera naturaleza siempre sale a flote, por muchas capas artificiales que se le pongan encima.
ResponderEliminarMuy original, Luisa. Un abrazo
Hablando de mala praxis médica...
ResponderEliminarTodos somos, en parte, eso que odiamos, aunque nos neguemos a aceptarlo.
Saludos,
J.