Hace una semana ella le invitó a su
fiesta de cumpleaños, una fiesta de disfraces famosa en el colegio y cada año
un poco más numerosa.
No tenía mucho tiempo pero, afortunadamente,
pronto tuvo una idea. Reunió todos los cartones de leche que pudo, algunas
cajas de zapatos e incluso las páginas exteriores de las revistas dominicales,
algo más rígidas; les fue dando forma y después, pieza a pieza, las pintó para
acabar uniéndolas con unos cordones de zapatos y lograr que permaneciesen en
las posiciones correctas.
El día anterior a la fiesta se puso
su disfraz de samurái y se miró en el espejo, concluyendo que, si bien no era
cómodo, resultaba impresionante.
La primera sorprendida al verle fue
su madre, que era japonesa, pero la prueba de fuego era ella, quien le recibió
en la puerta de su casa, vestida de blanco y preciosa:
-¿Vienes de Darth Vader? Qué buena
idea.
Y mientras él contestaba con
timidez:
-Lo he hecho yo –descubría
que eran ensaimadas lo que ella tenía sobre las orejas.
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