No
dieron importancia al hecho de que empezara a sobrar comida en mis platos,
tampoco parecieron darse cuenta de que me pasaba el tiempo removiéndola,
trasladándola de un lado a otro, jugando; en cuanto a mis desapariciones en el
cuarto de baño, entendieron que eran cosa de la edad y de las hormonas.
Hoy, intubada y en el
hospital, oigo al psiquiatra decirme que esto no es un juego, que puedo perder
la partida y la vida, que es grave, mientras pienso cómo podré seguir
engañándoles al tiempo que lucho por alcanzar el verdadero objetivo: mirarme en
el espejo y verme delgada.
Buf, que martirio...
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