Ninguno de los niños que había en el arcón era Tomás. Por un momento me alegré, pues había escapado; pero muy pronto algunas preguntas empezaron a rebotar entre mis sienes, ¿por qué nunca me habló de sus intenciones, por qué no me había llevado consigo? Ahora estaba completamente solo y por eso, llorando de rabia, recoloqué como pude los cuerpos, me metí en el arcón congelador y dejé que la puerta se cerrase, al menos así sería dueño de elegir el momento de mi muerte.
Espeluznante!
ResponderEliminarElegir cuándo, cómo y dónde morir, no debería de ser una opción, sino la realidad. Y al diablo todo lo demás.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Wow... que mal rollo :S
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