Nerenne estaba cerca del pozo el día que
llegaron los camiones grises. Ni ella ni las demás mujeres y hombres del
poblado entendieron lo que ocurría.
Se encontraban preparando un ritual mágico
para implorar a sus dioses que el río, apenas ya una lengua de tierra húmeda,
recuperara su caudal. El pozo no era casi ni un pozo, sino una oscura gruta que
terminaba en un barro cenagoso pero lo bastante líquido como para que, con
paciencia, pudiera obtenerse una pequeña cantidad de agua. Aquellas últimas
semanas habían subsistido del exiguo tesoro de sus entrañas.
Nerenne
todavía era una niña de pelo ralo, piel oscura y grandes dientes brillantes y
con estos últimos sonrió cuando creyó entender, cuando vio a los hombres grises
atacar la gruta con máquinas pesadas. Iban a hacer un pozo de verdad.
Y lo hicieron.
Solo que, poco después, levantaron muros
grises a su alrededor.
Nerenne llamó a la puerta gris, con su
sonrisa ingenua y franca, y un hombre joven abrió y la miró con curiosidad.
Cuando entendió por gestos su petición de agua, se carcajeó y le espetó dos
frases con una voz de cuero. “El agua es para las personas, negra” escuchó
Nerenne, sin comprender, mientras la puerta se cerraba.
Día tras día, los hombres grises,
uniformados y armados, cargaban los camiones con garrafas de plástico mientras
el poblado seguía pasando sed. Les daban cada día apenas una garrafa pequeña
para todos.
Pasaron un
par de meses y, con la capacidad de supervivencia que desarrollan los que
siempre han vivido con poco, la vida en el poblado seguía su curso a pesar de
la intromisión. A Nerenne le llegó su primera luna de sangre y con ella el
ritual: bebió la pócima preparada por el hechicero y pasó una noche sin dormir
en que, el resto de mujeres del poblado, la instruyeron en algo que todavía le
sonaba difuso y extraño. Lo que sí sentía es que su cuerpo cambiaba y sus
pechos brotaban como dos manzanas pequeñas.
Aquel
atardecer, Nerenne paseaba sola cerca de los muros grises cuando el hombre
joven, el de la voz de cuero, reparó en ella y le esbozó una sonrisa amplia que
devolvió con sorpresa. Ya no esperaba ningún gesto de los hombres grises. Sin
embargo, el hombre se acercó, le hizo señas inequívocas y la instó a seguirle
al interior de la edificación gris.
A Nerenne le dio tiempo a pensar que, tal
vez, había otros poblados sin pozos y los hombres les habían estado llevando el
agua a esas personas más desgraciadas, que ahora las puertas se abrirían no
solo para ella sino para todos, que los pequeños podrían volver a bañarse y las
moscas dejarían de rondar sus narices y orejas; hasta que se encontró en un
espacio pequeño con estanterías pero sin rastro de garrafas, con un diminuto
sol ambarino que chisporroteaba e iluminaba a intervalos la mano del hombre
poniendo un cerrojo, el cuerpo del hombre girándose hacia ella, la sonrisa gris
del hombre acercándose, lentamente.
Autor:
Ignacio J. Borraz
(¿sabes
que estamos escribiendo una novela entre todos?, ¿quieres participar?; descubre cómo)
Los que estamos participando en la novela encuadramos estas escenas en la tragedia provocada por las grises naves extraterrestres, pero todas estas imágenes se dan a diario en cualquier pueblo perdido de África, Medio Oriente o Sudamérica. Muy buen micro.
ResponderEliminarEfectivamente, es un capítulo de "Las últimas voces" pero ya está ocurriendo y ocurre. Muy lamentablemente. Da igual que sea agua, comida, credo o color.
ResponderEliminarGracias, Hugo
Muy bien relatado este futuro-pasado inquietante, ójala aprendiésemos.
ResponderEliminarQué relato más doloroso y bien escrito Luísa.
ResponderEliminarA ver si puedo pasarme con calma y ver por donde va esa novela. Espero tener tiempo al menos de leeros.
Besicos muchos.
El relato es magnífico. La relación con la trama, algo cogida con pinzas. En mi despreciable opinión claro.
ResponderEliminarComo autor del relato (aunque algo escondido tras otro nickname) me gustaría, si a ti te apetece, que me expusieras los motivos por los que lo ves cogido con pinzas. Para rebatirlos (si puedo) o darte la razón (si no puedo) jejeje
Eliminar¿No crees que el ejército intervendría y haría de las suyas? Yo lo veo, y lo veo mucho. Incluso algunos justificarían que con su presencia se está siendo justos, pasando por encima de otras cosas.
ResponderEliminarUna opinión, por otro lado, es como todas: buena. Después que cada uno piense lo que le dé la gana.
Gracias Miguel Ángel